Un día de campo con Monet
Fotografías de Manuel Peñafiel
/ Irma García Xochiquetzalli
Los genuinos poetas somos
hambrientos carnívoros, los transcendentales pintores son cirujanos de nubes,
le dije a Claude. Algunos fotógrafos raptamos a la mentira hasta exprimirle la
verdad, amenazando con dagas de luz a la hipocresía, concluí. Monet asintió con
la cabeza, mientras su cónyuge Camille, y mi esposa Irma, acomodaban deliciosas
viandas sobre el mantel extendido encima de la hierba. Los cuatro amigos
disfrutábamos aquel reencuentro después de varios años transcurridos, desde la
última vez que nos habíamos visto, allá en el pueblito francés de Giverny.
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El maestro de la lente Manuel Peñafiel disfrutando los encantos del jardín de Claude Monet,frente a la casa del pintor en Giverny, Francia.Foto: Irma García Xochiquetzalli |
¿Qué piensas de la política,
me preguntó ? Corrupta hediondez sofoca a mi país, expresé apesumbrado. Me
refiero a la que repta por los museos, aclaró mi obeso camarada. Hace tiempo
que me alejé de ese fatuo vodevil administrado por petulantes burócratas ávidos
de adulación, mi temperamento es autista respecto a las rastreras relaciones
públicas; después de instantes silenciosos, preferí embelesarme con los cúmulos
nubáceos que rondaban el día soleado para alejar de mi mente a los gorgojos en
el gobierno mexicano. A Claude Monet le gustaba averiguar la idiosincrasia de
sus amistades, así que no me molestó que continuase con su fraternal
interrogatorio.
¿ Cómo fue tu padre ?, me
inquirió. Mi madre Renée Ruíz Sandoval, me platicaba que antes de que
contrajeran nupcias él era jovial y alegre, pero que las responsabilidades del
trabajo minaron su animosidad. Yo recuerdo a mi padre Ricardo Peñafiel Sánchez,
acechándome, retándome, el hogar es un microcosmos, y dos soles no caben
juntos. La ausencia de caricias y comunicación me obligaron a forjarme
observándolo a la distancia, de él aprendí la disciplina, la puntualidad, y la
constancia, a jamás improvisar en el trabajo, y sobretodo, a vencer la pereza y
no posponer la realización de las ideas. Ricardo mi padre nos proporcionó
confort, áspera es la economía afectiva familiar, existen bonanzas, pero
también déficits sentimentales, despiadada balanza la Vida es, ruleta de
navajas, y cuando analizas el girar del espejismo, las cuchillas ratifican que
las heridas son necesarias para hacer manar a la hemorragia emotiva, la cual
forma parte de la sensibilidad en un artista. Eres crudo en tus declaraciones,
observó Monet. Soy sincero, la mayoría finge felices escenografías familiares.
¿ Y que hay de ti ?, es tu turno, le interpuse a Claude. Yo nací en el número
45 de la rue Lafitte, en París.
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El productor cinematográfico
y director de fotografía
Manuel Peñafiel, visitando el hogar
del pintor francés Claude Monet,
radicado en Giverny.
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Fui el segundo hijo de Claude Adolphe y Louise
Justine Aubrée. Mon pére era propietario de un negocio que comerciaba especias,
pero la situación decayó y nos vimos forzados a mudarnos al Puerto de El Havre,
donde un tío le dio trabajo a mi progenitor. Entre 1851 y 1857 asistí a la
escuela secundaria, ahí recibí clases de dibujo, no me gustaba la disciplina
escolar, así que escapaba para estar junto al mar. En el aula dibujaba
caricaturas de mis profesores y condiscípulos, que eran expuestas en el
escaparate del único comerciante de marcos para lienzos del poblado; a los
quince años ya recibía encargos como caricaturista, por los que cobraba veinte
francos. Y tú, Peñafiel, ¿ cómo te iniciaste en el arte fotográfico ?. Nací
prodigio mutilado por el medio ambiente, introvertido niño, mozalbete después,
hasta convertirme en goloso capturador de irrepetibles momentos. La rigidez
paternal y el sadismo de los frailes del Colegio Tepeyac ahondaron mi timidez,
la mutación empequeñeció a mi boca, la lengua se inmovilizó, dejé de hablar y
comencé a pensar, sin embargo, la evolución me compensó agrandando mis
inquietos ojos. Cuando tenía diez años de edad, acompañé a mi madre Renée a
hacer sus compras al Centro de la Ciudad de México, una modesta cámara
fotográfica de plástico exhibida en un escaparate me sedujo para siempre. ¡ Con
este prodigioso mecanismo arrinconaré al huracán del olvido, se los pediré a
los Reyes Magos, y seré capaz de combatir al epílogo de la existencia humana,
las personas continuarán vivas en mis retratos !, intuyó mi insatisfecha mente.
Desde entonces, mi manera de expresión ha sido una vorágine de imágenes. Soy un
creador que con la luz delinea las palpitaciones de mi intelecto. El
significado de la palabra fotografía, se deriva de fotón luz, y grafis trazar.
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Manuel Peñafiel escritor, fotógrafo y documentalista, frente al retrato
de Claude Monet en la residencia del pintor ubicada en Giverny, Francia.
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En mi adolescencia, le pedí autorización a mi padre Ricardo para acondicionar
un rudimentario cuarto de revelado en una habitación de poco uso en la casa. Mi
madre Renée me prestó el dinero para adquirir mi primera amplificadora ya usada
que aún conservo, además de las lámparas y cubetas que se utilizan en el cuarto
obscuro. Cerca de donde vivíamos, había un Kindergarten, y en los festivales
pedía permiso para ingresar al patio para fotografiar a los chiquillos,
retornaba presuroso a mi primitivo laboratorio para revelar e imprimir el
rollo, y aquellas instantáneas las ofrecía a las mamás que salían con sus críos
de la mano. ¿ Y tú padre Ricardo, que opinaba de tu quehacer como fotógrafo ?
Pensaba que se trataba solamente de un pasatiempo, él quería que yo obtuviera
la Licenciatura en Administración de Empresas, lo cual cumplí; pero una vez
obtenido mi título universitario, venciendo el temor, le comuniqué que me
dedicaría a escribir los textos de mis propios libros, ilustrándolos con
fotografías. Hasta el día de hoy, celebro haberme atrevido a desafiar a la
dictadura paternal. ¡ Mon Dieu !, estoy seguro de que se encolerizó. Así
sucedió, Claude. Los ojos de mi padre Ricardo echaron chispas, no empleo una
metáfora al asegurarlo, su ira se encendió de tal manera al constatar que yo
sobrevolaba su cúspide financiera, y me atrevía a dejarlo ahí, con todo su
prestigio profesional adquirido, atreviéndome a abrirme paso en el incierto
sendero de la creación artística. ¿ Por qué quieres ser fotógrafo ?, me espetó.
Porque quiero hacer lo que me agrada. ¿ Y, acaso crees que yo he hecho lo que
me gusta ?, agregó. ¡ Por supuesto que no, ésa es la razón de tu infelicidad, y
la que nos has ocasionado ! Pensé que lo siguiente sería una bofetada, pero
solo se limitó a salir de la habitación bufando cual herido toro de lidia.
Durante meses, mi padre no me dirigió la palabra, finalmente se resignó a tener
un hijo artista, pero cuando me presentaba ante sus conocidos prominentes
hombres de negocios, les decía: Éste es mi hijo Manuel, es licenciado en
administración pero se dedica a la fotografía. Inclusive, mis ex compañeros de
la universidad lo dudaban: ¿ De verdad, te dedicas a la fotografía ?
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El Maestro de la fotografía Manuel Peñafiel al lado
del Maestro de la pintura Claude Monet.
Fotomontaje digital realizado por
Irma García Xochiquetzalli
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En la
década de los años setenta de la centuria pasada, esta profesión aún no era
valorada como lo ha llegado a ser en el Siglo XXI. Yo también tuve que desafiar
a mi padre, me confesó Claude Monet; aunque al principio aceptó mi decisión de
convertirme en pintor, me exigió que estudiase en la tradicional École des
Beaux - Arts, a lo cual me rehusé, ingresé a la Academia Suiza de pintura, esto
desbordó su disgusto reduciéndome su apoyo financiero. ¡ Y para colmo, fui
requerido por el servicio militar obligatorio que duraba siete años !
Afortunadamente se me presentó la oportunidad de evitarlo mediante el pago de
2500 francos, mi familia se ofreció a cubrir dicha cantidad, con la condición
de que abandonara el paisajismo, y me hiciera cargo del negocio de condimentos
que mi padre había heredado de su fallecido cuñado. Pero yo rechacé su oferta,
así que fui asignado a la Caballería en Argelia donde contraje la fiebre
tifoidea, lo cual me favoreció con mi regreso a El Havre, pero el gobierno
francés continuaba exigiéndome cumplir con los seis años que me restaban en la
milicia, de esto me salvó mi tía Marie – Jeanne Lecadre, facilitándome el
dinero para eximirme de ello. ¿ Y cómo es el servicio militar en México ?. La
corrupción gubernamental y la floja actividad ciudadana han condenado a mi
patria al perenne subdesarrollo económico y cultural, contesté a Monet.
Afortunadamente la mía no es capaz de convertirse en nación intervencionista
militarmente como lo han sido Francia y otras potencias mundiales; en mi país
existe un ejército subvencionado gubernamentalmente, son uniformados que
reciben sueldos por ayudar a los damnificados por catástrofes meteorológicas o
sísmicas, aunque trágicamente en ocasiones, la milicia reprime sanguinariamente
las manifestaciones populares. Antaño aconteció lo mismo en mon pays, adujo
Monet. Pero en tu tierra eso sucedió mucho tiempo atrás, en la mía persiste la
represión. El gobierno mexicano no necesita que sus ciudadanos se experticen en
materias bélicas, jamás emprendería la guerra carece de los medios, aún así, a
los dieciocho años de edad se nos exige cumplir con el servicio militar, pero
es algo superficial. Cuando cursaba el último año de la Escuela Preparatoria,
todos los viernes permanecíamos en el plantel marchando durante la tarde, un
teniente gritaba órdenes exageradamente para ostentar su rango, alineados nos
revisaba el uniforme de conscripto, al pasar frente a mí, vociferó dándome un
golpe en el vientre: ¡ Saque el pecho y meta la barriga ! Fue entonces, que se
me ocurrió aparentar un desmayo, tenía bien ensayada mi caída debido a que yo
interpretaba a Tomás Becket Arzobispo de Canterbury, quien cae asesinado bajo
las espadas de los cuatro caballeros normandos al servicio del rey británico
Enrique II, sucesos revividos en la obra Asesinato en la Catedral escrita por
T.S. Eliot, la cual en aquel entonces, montábamos en la sociedad teatral
escolar. Mis condiscípulos rápidamente se percataron de la treta, y se
arremolinaron a mi alrededor, y mientras yacía en el suelo fingiendo, ellos le
reclamaban al soldado su brutal comportamiento, mintiéndole al decirle que
había golpeado a un muchacho enfermizo. Nerviosamente, aquel tenientillo les
pidió que me ayudaran a ponerme de pie, y que alguien me acompañara hasta mi
domicilio, oportunidad que aprovechó media docena de cómplices farsantes para
escabullirse de aquella tediosa rutina. Desde entonces, aquel verdoso capataz
me trató con respeto, preguntándome frecuentemente si me sentía bien para
continuar con el entrenamiento, algunas veces yo simulaba exagerada fatiga,
pidiéndole le diera licencia a mi mejor amigo Lorenzo Aguilar Cañas para que me
asistiera camino a casa. Estudiar en una escuela católica debió ser repugnante,
comentó Monet. Así fue, le respondí. Tal vez, los ya lo sepan sientan que soy
redundante al reiterar la vileza de los sacerdotes, pero habrá algunos que se
enteren por primera vez de la nauseabunda experiencia que me alejó del
Vaticano, después de que el cura que escuchaba mi confesión trató de abusar de
mí, la víspera a mi primera comunión; afortunadamente huí ileso. Repito este
incidente para esparcir la perversidad del clero católico y proteger a los
niños, con el afán de evitar que los papás arrojen a sus indefensos hijos a la
hediondez de las sotanas. Lo absurdo e incongruente de las religiones es que en
ellas persiste el egoísmo innato del ser humano, aquellos que profesan la misma
fe piensan que serán los que gozarán del paraíso. Similar a un merolico cada religión
asegura ser la verdadera, tras la muerte nuestras desnudas manos no sujetarán
garantía alguna del producto, yo no obedezco dogmas, tampoco compro amuletos.
Inconmovibles por Jesús crucificado, miles de católicos se divierten durante su
Semana Santa, lucrativa religión que vende indulgencias a los hipócritas,
concluí.
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Manuel Peñafiel retrató a Irma García Xochiquetzalli en remembranza
de la célebre obra del pintor Claude Monet. |
En estos momentos de la charla, Irma y Camille se aproximaron a
nosotros con dos copas de vino espumoso Moët & Chandon de la región
Champagne, cuya ambarina tersura nos refrescó el paladar. ¡ Me encanta !, ésta
es mi bebida favorita, Irma exclamó. Hace algunos momentos recordaba lo
siniestro de los clérigos, le dije a mi mujer, irónicamente al probar esta
delicia, recordé que justamente un fraile benedictino llamado Dom Pierre
Pérignon fue pionero en la elaboración de este excelente brebaje, el monje era
casi ciego, y cotidianamente bajaba a su cava para constatar los progresos de
sus fermentaciones hechas a base uva, hasta que cierta vez, la exquisitez
buscada lo embriagó de alegría, las saltarinas burbujas mitigaron su ceguera, y
jubiloso exclamó: ¡ Es como beber estrellas !. Irma y Camille, nos insistieron
a Claude y a mí que la adecuada hora para comer había llegado, así que las
acompañamos al sitio bajo un árbol donde habían dispuesto de los guisos para
nuestro día de campo. El menú preparado por las dos damas, y que fueron sacando
paulatinamente de sendas canastas fue suculento. Empezamos con anchoas y
arenques noruegos a la crema fría, luego siguió la sopa fría de chícharo, paté
de Foie Grás, ensalada de queso de cabra empanizado y peras perfumadas al
jenjibre, salmón en salsa bernesa, lengua de res con riñones al vino tinto,
ossobuco de ternera con salsa al tomillo, acompañado todo con sorbos de vino
proveniente del Châteaux Mouton Rothschild, sin faltar el favorito de Irma, que
es el de las Côtes du Rhône. Con los quesos Camembert, Brie y Roquefort,
degustamos un vino Pinot Noir. Durante nuestro agasajo gourmet, Camille quiso
averiguar el origen del glamoroso ensemble que mi esposa Irma había lucido para
la ocasión, ella le explicó que la blusa era de manufactura otomí, y la falda
mazahua, estos grupos étnicos son hermanos, por lo que apetecí combinar las dos
prendas, conformando así un atuendo al que considero otopame por su parentesco,
le informó Irma. Después nuestras mujeres nos agradaron con una tarta de pera
en salsa de higos rojos, y café caliente proveniente del termo que habían
traído junto con los cubiertos y los platos.
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Essai de figure en plein air, obra
de Claude Monet pintada en 1886. |
Irma le sugirió a Camille
emprender una caminata, las observamos mientras Claude fumaba uno de sus
acostumbrados cigarrillos y yo encendía un puro habano, aromatizando nuestras
bocanadas de humo con cognac Courvoisier. Fue entonces que Monet, exclamó: ¡
Mira lo adorables que se ven Irma y Camille bajo sus sombrillas !. ¿ No te
apetece hacerle un retrato a tu esposa, mientras yo hago con la mía un essai de
figure en plein air ? ¡ Por supuesto !, respondí. Ambas hicieron un gran
trabajo obsequiándonos con este banquete campirano, y henos aquí tú y yo, dos
haraganes barrigones. ¡ Así que a trabajar, Claude afila tus pinceles, que yo
enfocaré mi cámara ! Y mientras elaborábamos las imágenes que acompañan esta
narración, Monet me preguntó que opinaba yo de la existencia humana, a lo que
paulatinamente le manifesté: Mutante soy, superviviente herido, llagas curé
lamiendo lamentos ya petrificados, ninguna adversidad doblegó al fuego de mi
fogata personal.
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Irma García Xochiquetzalli fotografiada por
Manuel Peñafiel en homenaje a la
obra del pintor francés Claude Monet. |
Los pensamientos son vehículos para alcanzar constelaciones
propias. La mente es nuestro reino interior donde podemos erigir una fortaleza
contra las agresiones, y cultivar un jardín con flores para la concordia. Nunca
te sientas solo, estás contigo mismo. El atardecer nos anunció que tiempo era
ya de retornar a nuestros respectivos hogares. Monet mi rechoncho amigo, me
abrazó sonriente al comprobar lo estorboso de su abultado vientre al
intentarlo, todos intercambiamos besos de nostálgica despedida sobre las
mejillas.
Rumbo a casa, Irma quiso saber
en qué pensaba yo, le respondí transportando al crepúsculo estas palabras:
Jamás dejes de soñar, tal vez realices lo anhelado, y si no es así, dentro de
tu mente ya habrás vivido lo deseado.
Manuel Peñafiel
Fotógrafo, escritor y
documentalista
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