Texto de ©Manuel Peñafiel
Fotografías de ©Irma García Xochiquetzalli y ©Manuel Peñafiel
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El productor y director de fotografía Manuel Peñafiel es autor
de los
documentales Los Últimos Zapatistas Héroes Olvidados,
Pancho Villa la
Revolución no ha terminado, Huipiltin, Kirma La Pescadora.
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En 1998 decidí ser el productor y director de fotografía de un
documental que reuniera los testimonios de aquellos ancianos que en su infancia
y juventud se unieron a Emiliano Zapata durante la Revolución Mexicana de 1910;
visitando pueblos y rancherías entrevisté a los escasos sobrevivientes de
aquella lucha armada con la cual los oprimidos exigieron recuperar los derechos
aplastados por la tiranía de Porfirio Díaz. Las casuchas donde concluyeron su
vejez aquellos bravos combatientes morelenses impactaron a mi sensibilidad, las
miserables condiciones en las que vivieron los antiguos revolucionarios me
confirmaron una vez más, que la mal llamada Revolución Mexicana fue estéril
intento; la justicia y bienestar social jamás beneficiaron a los desprotegidos,
dichos ideales se hundieron en la corrupción gubernamental que persiste en este
siglo XXI. Conmovido por la pobreza de mis entrevistados intitulé a mi
documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados.
Fue en Yautepec, Morelos donde encontré a Feliciano Mejía ( 1899 - 2008
), él me narró que de noche los zapatistas lo montaban en una yegua, ocultando
mensajes en sus huaraches para que los entregara a diversos contingentes
revolucionarios; puedo imaginar al muchacho cabalgando tiritando nerviosamente
hasta el amanecer. Cuando lo interceptaba la milicia del gobierno y le
preguntaban que era lo que andaba haciendo, Feliciano les mentía diciéndoles
que se había extraviado. Otras veces lo bajaban a jalones y zarandeadas, con la
amenaza de que si nos les confesaba que andaba tramando lo colgarían de los
pies; a Feliciano le daba harto miedo, ya había visto lo que les pasaba a los
colgados de cabeza, toda su cara se les hinchaba y empezaban a sofocarse por la
congestión sanguínea. Feliciano se quedaba mirando al suelo sin decir palabra,
entonces le daban una azotaína, y de puro coraje la soldadesca gubernamental se
quedaba con su animal de montura.
Según me relató Feliciano Mejía, fueron muchos los recados que llevó a
las tropas zapatistas desperdigadas por los cerros. Ésa fue su arriesgada
misión durante aquella época bélica, faena que le provocaba temor, pues andaba
cabalgando así nomás solito, sin otra compañía que los aullidos del coyote,
casi puedo asegurar que el resplandor lunar le hacía imaginar que la enramada
se transformaba en los vengativos espectros de los acribillados en combate.
Durante mis recorridos por México, he constatado que muchos de mis
paisanos aún creen en los brujos que poseen la facultad de transmutarse en
animales, Feliciano temía que estos nahuales lo derribarían de su yegua para
arrastrarlo al mismísimo infierno. Años después, los duendes chaneque se
robaron a la criatura por nacer que su esposa aún traía en las entrañas, la
mañana en que ella lavaba ropa en el río.
He sido explorador fotográfico, mis coterráneos me han ratificado que si
uno sale durante altas horas de la noche, se pueden oír los tantísimos lamentos
de aquellos que murieron en agonía durante aquellos violentos tiempos. El
viento gime, no hay manera de apaciguarse uno, las velas dentro de los jacales
se apagan de sopetón, en esos casos lo mejor es entonar una canción, de esa
manera los espíritus desventurados huyen para otra parte.
Feliciano Mejía me platicó que años después de haber concluido la
estéril lucha de los campesinos zapatistas para recuperar la propiedad de sus
tierras arrebatadas por los hacendados, para mitigar el hambre él encontró la
manera de procurarse escasos ingresos tallando esculturas de madera.
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Manuel Peñafiel y su esposa Irma García Xochiquetzalli
con la escultura
hecha por Feliciano Mejía
a la que ella alegremente nombró La Burrita Arisca.
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Según me
relató, jamás derribó un árbol, pues, pudo haber sido de donde colgaron a un
ahorcado; agregando que no es correcto cortarlos para nuestro egoísta provecho,
el bosque debe ser conservado intacto, es el imán verde que nos trae las nubes
con la lluvia. Solamente cuando encuentro tirado en el suelo un buen pedazo de
madera, me lo llevo a mi vivienda, y así después de observarlo bien, le
encuentro la forma de algún animalito o de un hombre, mujer o niño, entonces,
me dedico a pulirlo para darle forma. Mi mujer ya no vive conmigo, mi muda
compañía por las noches son mis figuras de madera y las ratas que a veces
rondan por encima de mí cuando estoy dormido, fueron las pesarosas palabras que
escuché emerger de los curtidos labios de Feliciano Mejía. Concluido el rodaje de mi película Los Últimos Zapatistas, Héroes
Olvidados, a las palabras de Feliciano Mejía les di forma literaria para que
fuera uno más de los conmovedores relatos que conformaron a mi libro Emiliano
Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre.
Yo Manuel Peñafiel autor de este texto les confío a mis lectores que
filmar mi documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados quebrantó mi
estado de ánimo, recogí las remembranzas de ancianos arrumbados por la
desigualdad social que sofoca a mi desdichado país, mi película ha ganado
premios y reconocimientos internacionales, los cuales, jamás he acudido
personalmente a recibirlos, aquellas preseas debieron de haber sido otorgadas a
estos bravíos revolucionarios; jamás gané dinero con mi película, y en las
ocasiones en que me han entrevistado para hablar de Emiliano Zapata, la espesa
nostalgia y la rabia por su vil asesinato ordenado por el entonces Presidente Venustiano
Carranza trastornan a mi vocabulario; prefiero expresarme por medio de la
palabra impresa....hablar resulta efímero, escribir es casi eterno.
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Manuel Peñafiel y su esposa Irma García Xochiquetzalli
en la Sala
Feliciano Mejía, donde conservan el acervo artístico
elaborado por el veterano
revolucionario.
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Feliciano Mejía fue un escultor primitivo, rudimentario y espontáneo,
jamás gozó de un entorno digno donde darle forma a la madera, las autoridades
culturales y gubernamentales del Estado de Morelos solamente le arrojaron
migajas cuando aún vivía. En el deteriorado Feliciano Mejía
jamás ardió fuego en su corazón, durante siglos mis paisanos campiranos arrastran
amarga y frustrada existencia.
Después de la muerte de Feliciano Mejía, mi siempre solidaria esposa
Irma García Xochiquetzalli y yo visitamos a sus familiares allá en Yautepec,
después de expresarles nuestras condolencias; les preguntamos si aún conservaban
figuras de la autoría del maltrecho anciano; con el pesar de su fallecimiento
revuelto con melancólico regocijo compramos su acervo póstumo para ayudar
económicamente a sus descendientes; así pues, cargamos nuestra camioneta con
más de una docena de sus creaciones, las cuales arribaron a nuestro hogar
plagadas de polilla y crías de cucarachas, fue necesario darle tratamiento a la
madera. Mi esposa Irma entusiasta como suele serlo, le puso nombre a varias
esculturas de su colección personal; a una obra la llamó Tzincánatl Serpiente
Coralillo Reina de las Hormigas, proveniente de los textos indígenas que ella
lee asiduamente, a otra creación le puso el juguetón apodo de La Burrita
Arisca. Y a nuestra colección de efigies ingenuas, surrealistas, misteriosas y
encantadoras talladas por don Feliciano Mejía, le agregamos un Torito que le
compré cuando solía visitarlo para filmar mi documental Los Últimos Zapatistas,
Héroes Olvidados; durante dicho rodaje estuve dentro del mísero cuartucho
donde vivió sus postreros años, semejábase a la madriguera de algún roedor, le
tendí la mano para que pudiera levantarse del hediondo camastro, y me relatara
las agrias remembranzas de su fracturado destino.
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Manuel Peñafiel autor del documental Los Últimos Zapatistas,
Héroes
Olvidados atesora en su hogar las esculturas de madera
elaboradas por Feliciano
Mejía, quien fuera mensajero de Emiliano Zapata.
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Jamás percibí lumbre dentro del pecho de Feliciano Mejía, solamente los
fríos pesares de una vida marginada; conocí su paupérrima existencia, él no
tuvo acceso a libro alguno, ni fuentes para documentación artística; en
su jacal no existían cubiertos para comer, mucho menos un taller con
herramientas adecuadas para lograr sus imaginativas confecciones en madera; al
valorarlas nunca dudé que conquistaba espontáneo arte, sin embargo, el fue un
artífice por mera casualidad, vagaba sin trabajo, y a su paso tropezaba con
trozos de madera a los cuales para alejarse de su desasosiego existencial los
tallaba para luego ir a vender sus figuras sobre la banqueta del pueblo de
Tepoztlán; sobre mi película fotográfica quedaron impresos los retratos de un
ser humano que vivió en condiciones infrahumanas, y que murió con su corazón
apagado por la humedad del cuartucho donde era acometido por los piojos; cuando
yo solía entrevistar al anciano Feliciano Mejía, le pedía que saliera del
lóbrego sitio donde dormía, el hedor de sus orines impedía concentrarme en
nuestra charla.
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Manuel Peñafiel después de entrevistar y filmar por primera vez
al
revolucionario Feliciano Mejía, le compró la escultura
El Torito tallada por el
abandonado anciano.
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©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista.
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Manuel Peñafiel posa para su esposa Irma García Xochiquetzalli
con la
figura de madera hecha por Feliciano Mejía, a la que ella
nombró Tzincánantl
Serpiente Coralillo Reina de las Hormigas.
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Autor de los libros: El Estado de México, México, Los Médicos del
Instituto Mexicano del Seguro Social, Niños de México, Emiliano Zapata, un
valiente que escribió historia con su propia sangre.
Productor y Director de Fotografía de los documentales: Los Últimos
Zapatistas Héroes Olvidados, Pancho Villa la Revolución no ha terminado,
Huipiltin, Kirma La Pescadora, Universos Íntimos.